El gueto de Gaza

LORENZO BENÍTEZ / PERIODISTA Y COLABORADOR / DE RUMBO A GAZA

EL sargento ordenó buscar la casa con el televisor más grande. Luego el pelotón expulsó a la familia a culatazos. Los soldados se quedaron un mes en el salón, viendo el Mundial de fútbol, y no supieron más de aquellos palestinos.

Así me relató un ex soldado este abuso que le atizó la culpa en Hebrón. Me lo contó en pleno centro de la ciudad sagrada, habitada por unas 600 familias de colonos judíos frente a 160.000 palestinos. Paseamos entre tanques, jóvenes artilleros, alambres de espino y fachadas acribilladas, escoltados por una veintena de policías de la Autoridad Palestina que protegían la visita de la ONG Breaking the Silence, compuesta por ex combatientes israelíes. Hebrón está en Cisjordania, cuyo territorio está plagado de asentamientos judíos que vulneran los dictámenes de la ONU desde 1967. La excursión al centro del odio fue en enero de 2009. Unos días antes Israel había cometido la masacre de Gaza, en la que murieron más 1.400 personas. Entre ellas cientos de niños. Hoy Gaza sigue sin reconstruir sus hogares gracias al bloqueo ilegal del Gobierno sionista. Aunque recientemente se ha reabierto el paso de Rafah (Egipto) con bisturí, el cerco a un millón y medio de personas y al transporte de mercancías es férreo e inhumano. Por eso nació la Flotilla de la Libertad. Fue una iniciativa de la sociedad civil a escala internacional que intentó romper el bloqueo por mar para llevar una carga humanitaria a la población de Gaza en 2010. La respuesta de Israel fue asaltar el buque Mavi Marmara y asesinar a nueve pasajeros, herir a más de 50 y secuestrar todo el convoy con 750 personas a bordo.

Aquellos crímenes no han hecho sino fortalecer el espíritu de resistencia no violenta que marca escrupulosamente el embarque en la expedición. En pocos días zarpará la Segunda Flotilla de la Libertad. España aportará un barco a través de Rumbo a Gaza, gracias a la solidaridad de la ciudadanía, y una delegación superior a las 60 personas. Entre ellas habrá tres gaditanos: José Antonio Escribano, Iñaki Errazkin y Willy Meyer. Un activista, un observador internacional y un eurodiputado. Meyer se encargará de certificar el carácter humanitario de la carga. Entre otros materiales, cemento. Transportan algo tan constructivo como el derecho a vivir en paz del pueblo palestino. El derecho, como el de usted que lee este artículo, a que nadie le eche a patadas del salón de casa. El derecho a que nadie bombardee el colegio de sus hijos. De momento el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon ha recomendado a los gobiernos de los países implicados en la flotilla, como el español, que desanimen a sus nacionales a participar en la misma. Paradójicamente la ONU actúa para desactivar la expedición en lugar de exigir a Israel que cumpla sus resoluciones. En tal caso tendrán que hacerlo los ciudadanos. Ojalá que lleguen a buen puerto.